domingo, 11 de mayo de 2014

La abuela de Galicia tiene 109 años

Avelina Mouzo Leis reside en la Costa da Morte.


Un reportaje de RAFAEL LEMA


Avelina Mouzo Leis, la abuela de Galicia con 109 años cumplidos en Nochebuena, sigue recibiendo visitas en su casa del Campo do Outeiro de Ponte do Porto. Le encanta que la vayan a ver, aunque insiste a los visitantes que su sordera le impide contestar como quería y que perdonen que los reciba sentada y con achaques, “porque non soy como cuando era joven”. 

Insiste varias veces que “la vejez es muy mala, yo antes no era así" pero lo cierto es que ella a su edad se vale por si misma, sale a pasear, le gusta lavar y colgar la ropa, “fregar a louza” y conserva una lucidez envidiable. Poco a poco va entrado en conversación y rememorando historias que pocos afortunados pueden contar, porque se retrotraen a hace un siglo “cuando era niña iba a la escuela todos los días a la Torres de Cereixo(Vimianzo) hasta que me sacaron".


Algo frecuente entre las mujeres de la zona hasta el último tercio del siglo XX. Avelina Mouzo recuerda sobre todo sus años de niñez y mocedad, los nombres de sus amigas, de su profesora, con el prodigioso don de ser un testigo vivo privilegiado de una época tan distinta pero próxima, porque su vida siempre transcurrió en un entorno cercano, de unas millas en torno a su lugar natal, Vilar de Cereixo. Nació en la vecina parroquia de Santiago de Cereixo(Vimianzo), se casó y vivió en Ponte do Porto(Camariñas), en una vida hogareña y de trabajo, sin viajes ni ausencias de su casa, en un barrio célebre por sus centenarias, como tia Vina, a 10 metros de su vivienda, que vivió 104 años. 


Avelina empieza por hablarnos de los pocos días que pudo ir a la escuela, en donde aprendió “a escribir mi nombre y a leer porque mi madre me sacó de la escuela para ir a palillar". Nos indica que “iba a la escuela a las Torres de Cereixo pero un día hice novillos porque le ví unas m,uñecas a la hija de la Condesa. Nunca viera una muñeca y marché a jugar con la hija de la Condesa. Mi madre me castigó y me puso a trabajar".

Y desde entonces y hasta su casamiento no paró de hacer encaje de bolillos "para ganar para comer". Aunque a ella le encantaba ir a la escuela "con mis amigas, íbamos saltando y cantando" a las escuelas ubicada en el pazo:"La hija de la condesa iba con nosotras a la escuela, éramos muchas. Cuando ella hablaba nos reíamos todas".Era la hija de la condesa de Taboada, la señora de las torres de Cereixo, la última poseedora del pazo que a su muerte donó a una congregación religiosa.



También se acuerda de las fiestas a las que acudia en la mocedad, a Cereixo, a Ponte do Porto, a Carnés, a la Faguía. Le gustaba cantar y tocar la pandereta. “Tocaba bien la pandereta” dice orgullosa. Cree que la música es muy bonita y aunque no se acuerda de canciones de su mocedad, le encantaba cantar. Pero de nuevo nos avisa con sentencias llenas de sabiduria popular, una serga de frases bañadas por la pátina de la experiencia vital: "Donde va mi juventud, los anos acaban con la gente y acabaron conmigo".


También recuerda alguna anécdota de las palilladas, casas en donde se reunían las mujeres a hacer encaje en torno a una "palilleira" maestra, a la luz de un farol de carburo, con una tarea fija cada día y compartiendo gastos. Como el dia en que mientras la maestra hacia el caldo, los mozos que esperaban el baile de la palillada “le pusieron un gato dentro de la olla".


 De pequeña escuchó la vieja leyenda de que el encaje habia nacido en su parroquia, en Cereixo, traido por una señora italiana, a quien los lugareños ubican en las nobles torres del lugar, por alguna boda con un señor de la casa grande, que luce en su puerta principal las banderas tomadas al francés por el capitán y conde don Fernando de Andrade en la batalla de Seminara en Nápoles. Una señora legendaria y luminosa como una aparición, que entonces sería antepasada de aquella niña de la condesa de su niñez que jugaba con las muñecas.


En otra ocasión acompañó a su madre a Fisterra, “porque estaba ofrecida, fuimos las dos andando desde Cereixo, y dormimos allí en una posada, escuchamos una misa y volvimos caminando para nuestra casa"
 Fue su viaje más largo. "Que bien corría, quién me diera aquellos años. Nunca pensé que era tan triste tener años. Ahora la muerte anda cerca".


 Y le pregunta a su hija, para confirmar sus sospechas: " ¿Cuantos años tengo? Le responde 109, y no lo cree, “pensé que no eran tantos”. Y Avelina mirándole a los ojos dice a Fátima, una chica presente en la visita, que le toma sus manos centenarias de dedos amarrados unos a otros como sarmientos: "Pasadlo bien, mientras sois jóevenes. Yo no pensé que le vejez era así".




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